30 de junio de 2012

ESCUELA  FREUDIANA  CORDOBA

Seminario  Lacan y el Banquete
“la máscara y el vacío”

Dictado por Gerardo García
2ª reunión


                                                  
                      Si uds. lo recuerdan cuando publiqué la Metamorfosis del Objeto había escrito una nota inicial en la que hacía referencia a que era deudor de Freud y de Lacan y de  tantos otros que la bibliografía daba cuenta y relataba algo que me había ocurrido en la escritura de ese texto: infructuosamente durante todo el seminario, – que luego se transformó en el texto de la Metamorfosis-  había intentado hablar sin conseguirlo, de un cuento de Antonio Tabucchi  Los volátiles del Beato Angélico. Pensaba entonces,  en consonancia con Blanchot que quizás ese espacio vacío, ese lugar en reserva fue lo que posibilitó la escritura de la Metamorfosis. Agregaba que era mi deseo que ese texto se inscribiera en correspondencia con la escritura Tabucchi, como una más de sus larvales criaturas.
           Antonio Tabucchi ha muerto en estos días y a él quiero rendirle ahora homenaje leyéndoles estos versos del poeta griego Yorgos Seferis.
La poesía fue escrita en 1938 y se llama El rey de Asiné.
Dice así:
             Toda la mañana bordeamos la acrópolis
              primero del lado de la sombra, donde el mar
              verde y sin destellos, como un pavo real muerto,
               nos acogió bajo un tiempo sin fallas.
               Las venas de la roca bajaban de lo alto,
               desnudas cepas retorcidas, animadas por
               el roce del agua, y el ojo mientras las seguía
               luchaba por escapar del vaivén fastidioso
               perdiendo fuerza a cada instante.

               Del lado del sol una playa abierta, enorme,
               y la luz pulía diamantes en las altas murallas.
              Ninguna criatura viva, ni siquiera las torcazas,
               ni el rey de Asiné, a quien buscamos desde hace dos años,
               desconocido, olvidado de todos, también por Homero,
               tan sólo una palabra –y aún incierta- en la Ilíada,
                arrojada allí como una máscara de oro funeraria.
                La tocaste, ¿recuerdas su sonido? Hueco en la luz                                                                                                                                                                                                            
                como tinaja vacía en la tierra excavada;
                y el mismo ruido del mar en nuestros remos.                                                                                                                                                    
               El rey de Asiné un vacío bajo la máscara,
               y en todas partes con nosotros,
               junto a nosotros siempre bajo un nombre:
               ………………………………………….
               Tras los ojos enormes, los labios curvados, los bucles
                en relieve sobre la tapadera de oro de nuestra existencia,
               un punto oscuro viaja como un pez
                en la paz de alta mar y de la aurora, y lo ves:
                un vacío que ya no nos abandona más.
                …………………………………………..

           Esta poesía de Seferis me introduce al tema que quiero hablar que es el del vacío y de la máscara que así nombré a esta reunión y que se ajusta tan manifiestamente a este personaje que es Sócrates, este personaje enigmático, misterioso, que en definitiva ha sido considerado la máscara de occidente. No hay quizás escritor serio o filósofo de occidente que no haya tomado esa máscara que es la de Sócrates.

           Dado que mencionamos a Tabucchi, recordemos cómo en tantas ocasiones nos condujo a Pessoa y sus heterónimos o bien cuando en la reunión anterior mencioné al público al que me dirijo como la cofradía de difuntos, aquellos que han muerto al mismo tiempo que yo, siguiendo a Kierkegaard. Recordemos las pseudonimias de Kierkegaard o bien en Nietzsche mismo, el enfrentar con tanta fuerza, con todo su dramatismo, aquello que llamó su actitud dionisíaca,  ser Dios, o el anticristo e incluso Dionisio mismo: -Soy dios, no teman, me he puesto esa máscara.

           El nombre del Rey de Asiné da cuenta marcadamente de ese vacío y de esa máscara.

           Lacan aborda esa vacuidad al inicio de su comentario del Banquete en el seminario de la Transferencia y lo hace de tal forma que entraña una radicalidad. Nos dice que la fantasía, la ensoñación de Platón es haber colocado el Soberano Bien en el lugar de ese vacío o bien que ese es el misterio de la obra de Platón, la ubicación del Soberano Bien en el lugar del vacío.
Sin embargo, es Sócrates, en definitiva, aquél que va a enfrentarse a ese vacío bajo el dominio de la máscara.

           Cuando hablo de esa vacuidad que Lacan la desarrolla fundamentalmente desde el seminario anterior, La Ética, hay un punto que me llamó la atención siendo poco destacado en los comentarios del seminario VIII el de la Transferencia y son los comentarios de Lacan no sólo en torno al tema del vacío sino algo de alguna forma elidido que son las puntuaciones de Lacan respecto de la temática de la mujer.
           Esto es así porque se ha considerado desde siempre, porque así es presentado en el Banquete, que cuando se habla del Amor, se habla del amor homosexual, del amor por la belleza del cuerpo masculino.
Sin embargo, debemos tener en cuenta, que para los griegos, desde los tiempos más remotos había constituido un dilema establecer si el amor por los muchachos o el amor por las mujeres merecía la excelencia erótica.

            Lacan nos da alguna indicación que nos orienta a algo que aparece como enigmático, una referencia constante a la mujer en las primeras páginas del seminario de la transferencia y que luego abandona en el curso del mismo.

           Pero aquello que nos encamina es lo que Lacan dice más tarde que existen solo dos sexos, hombres y mujeres, y que el Otro sexo es siempre algo radical, que siempre se trata del Otro sexo, aunque se prefiera el mismo. Lacan habla de esa radicalidad que aunque se prefiera el mismo, siempre se trata del Otro sexo.

           Hay algunas cuestiones que aborda al inicio en torno al tema de la mujer bajo la forma cómica, nos habla de cómo Breuer huye del campo de la transferencia en relación a Ana O.  mientras que no es eso lo que ocurre con Freud.
 Freud se transforma, dice, en amo de Eros y que esto es así porque de alguna manera tiene cortada la retirada, una referencia directa a su relación con las mujeres y más precisamente a Martha Bernays, su mujer. También nos da una adición al tema,  diciendo que lo mismo le ocurría a Sócrates ya que en su casa tenía que luchar con una arpía semejante y que no había mucha diferencia entre la arpía de Freud y la arpía de Sócrates.

            Dice además que Aristófanes nos otorga una ilustración que resulta sensible para palpar una disparidad entre una y otra, aquella que se da entre la nutria pomposa y la comadreja lisistratesca, simplemente una diferencia de olor.
Como podemos apreciar, temor y repugnancia se mezclan en la sensibilidad griega hacia las mujeres. Por una parte su aroma era considerado demasiado intenso y que al descomponerse se transforma en un hedor envolvente, que conviene sacarse de encima rápidamente. Por otra, el recelo manifiesto, casi una imputación de que el maquillaje puede ser un arma, un artificio invencible. La mujer es para los griegos un simulacro, a la vez que un abismo, un desgarro y su disimulo.

           Lacan va abordando en tono de comedia, la relación de Sócrates y de Freud a la mujer, agregando que esto de alguna forma les permite a uno y otro ser amo de Eros, servirse de Eros a eso se refiere ser amo de Eros, porque tenían cortada la retirada. Incluso esa malvada llamada Jantipa es aquella a la que al momento de su muerte, Sócrates les tuvo que decir a sus discípulos que la retirasen de la escena para darle a la muerte toda la significación política que él quería que tuviera.
           Luego añade que las mujeres de Freud siempre le han respondido con la modalidad física del erizo, ellas siempre van a contrapelo.
          Agrega - “Cuando el año pasado les hablé extensamente de la sublimación con relación al amor, la mano que mantuve a la sombra no era la de Platón ni de ningún erudito sino la de Margarita de Navarra”. Su Heptamerón, destaca,  es una especie de banquete, de simposio. Y más adelante nos dice que “había un tiempo que era la noche y cuando se está sumido en la oscuridad, en la noche- esto fue hasta una época reciente- uno no reconoce a la persona que le toca la mano”.

           La mano que retorna en su relato, aquella que mantuvo en la sombra, para luego referir “cuando se está sumido en la oscuridad se está verdaderamente sumido en la oscuridad y uno no reconoce a la persona que le toca la mano.  Si examinamos lo que ocurre todavía en la época de  Margarita de Navarra, el Heptamerón está lleno de historias basadas en el hecho de que en aquella época cuando un hombre se desliza en la cama de una dama se considera que lo más factible es hacerse pasar por su marido o su amante, a condición de permanecer callado”.
En esa época, dice Lacan, la noche era la noche.

           Recuerden que al final del seminario de La Psicosis nos remite a El encantador pudriéndose en su tumba  de Apollinaire, donde en  el inicio del relato una joven no quiere tener un contacto directo con el varón y por lo tanto sólo tendrá relaciones si un hombre la visita en la noche sin que ella le vea el rostro. Es allí cuando el demonio se introduce en su cama y de esa unión nace el mago Merlín.

           Cuando Lacan aborda Eros y Psique en el seminario La transferencia nos muestra la situación inversa. Es a la mujer a quien se le advierte que no vea el rostro de su amado, no deberá proyectar ninguna luz sobre él, sólo en la noche se podrán encontrar. Luego en relación directa a que Psique es demasiado curiosa y asimismo desobediente, ilumina con un cirio al supuesto monstruo con tanta desgracia que una gota de cera cae sobre el hombro de Eros y lo despierta. Se trata en un principio de lo mismo, algo de la noche y de aquello que no es aconsejable ver, si bien Lacan nos advierte que no se trata de las relaciones del hombre y la mujer, sino las del alma con el deseo.
Sabemos que franquear un paso fatal está lleno de consecuencias y más si se ha intentado, quizás sin proponérselo, desvelar y apresar  la figura del deseo.

            Retomando, si bien  se trata en el Banquete del amor entre hombres, dice Lacan, sin embargo hay algo que no se está tomando en cuenta: “Por mi parte no dudo de la importancia de las mujeres en la sociedad griega antigua, incluso diría que es algo muy serio cuyo alcance verán  luego”  Pero, ese “verán luego” no queda tan claro, no se advierte bien a qué  remite ese “luego” en el curso del seminario.
 Queda en suspenso, lo que las mujeres puedan hacer cuando están a solas y al resguardo de la mirada masculina y a menudo nos encontramos con un reverente silencio.
Es posible que la mujer, esa forma recluida en los gineceos, supiera algo que su dominador desconocía o bien rechazaba.


    Prosigue Lacan: “Es que tenían lo que llamaré su verdadero lugar. Ellas tenían un papel que para nosotros queda de lado sin embargo, es eminentemente el suyo en el amor, sencillamente el papel activo. La diferencia que existe entre la mujer antigua y la mujer moderna, es que la mujer antigua exigía lo que le correspondía, atacaba al hombre. Aristófanes, que no disimuló nada de cómo se comportaban las mujeres de su tiempo, hablaba de las maniobras de ellas y por eso el amor sabio se refugia en otra parte. Este amor sabio es el amor de los escolares. Este amor permite captar una articulación siempre elidida en lo que tiene de excesivamente complejo el amor con las mujeres. Por eso, este amor de la escuela, el del Banquete puede servir legítimamente para nosotros, para todos como escuela de amor y esto no significa que haya que repetirlo.”

           Cuando se inicia el Banquete y se convienen las condiciones en que se van a hacer los elogios del amor, también se acuerda de que en esta ocasión no se van a emborrachar, se van a limitar a beber lo que sea de su agrado. Ocurre que el día anterior, Agatón el poeta trágico ha ganado un concurso y han bebido en demasía celebrando la victoria, que esta vez cada uno entonces beba lo que quiera, que lo haga sin coacción alguna. Ésta es la primera indicación y la segunda es planteada por Erixímaco: “propongo a continuación que se mande a paseo a la flautista que acaba de entrar, que toque su instrumento para ella sola o si quiere para las mujeres de adentro y nosotros pasemos la velada de hoy en mutua conversación”.

           No deja de llamar la atención que la primera convención sea que van a tratar la forma de beber y el segundo acuerdo que se mande de paseo a la flautista que acaba de entrar. Como dice Lacan “espanten lo natural, regresa al galope”, si uno espanta lo natural, eso vuelve inmediatamente y vuelve justamente en la parte final del Banquete  que Lacan ha destacado,  aquello que ha sido habitualmente omitido en los comentadores,  la entrada escandalosa de Alcibíades borracho. “Pero súbitamente unos golpes en la puerta del patio como de gentes que van de juerga, levantaron un gran estrépito y se oyó la voz de una flautista”.

           Como decía, si se espanta lo natural regresa inmediatamente, lo que acordaron al  principio sin embargo es aquello que regresa al final. “Mucho después escucharon en el patio la voz de Alcibíades que estaba muy borracho y daba grandes voces preguntando donde estaba Agatón y pidiendo que le llevaran a su lado. Le llevaron entonces a la reunión juntamente con la flautista que le sostenía y algunos otros de sus acompañantes. Luego pregunta si aceptan como comensal a un hombre que está completamente borracho”

           Algo allí comienza a cambiar súbitamente porque estos elogios, estos encomios en torno al tema del amor, cobran un viraje esencial porque ahora es Alcibíades el que va ha hacer el encomio, que no será del amor sino el elogio de Sócrates.

          Vira radicalmente la escena porque Alcibíades invita a todos a beber, se hace servir una jarra de dos litros y cuarto de vino y la vació en un instante y luego ordena a un siervo que llenara la jarra y se la entregue a Sócrates para que la beba. “La cantidad que se le indique la beberá sin que por ello se muestre jamás borracho”. Y luego emprende el elogio de Sócrates.

          Este encomio tiene una relación directa a lo que les decía que es el tema de la máscara y del vacío. Recuerden este punto que, más allá de la caja rústica que es el rostro de Sócrates, Alcibíades suponía el ágalma, el tesoro.

           En la reunión anterior consideramos que nos llamaba tanto la atención, la monstruosidad de Sócrates, sus ojos de escarabajo, sus labios carnosos, su vientre colgante; es decir en un relato donde se habla de la belleza masculina contrasta la fealdad proverbial de Sócrates. La refieren tanto Platón, Jenofonte, como Aristófanes, hablan de ella como algo ligado a la máscara.

           Recuerdan la respuesta de Sócrates a Alcibíades, que en él  no residían en su interior esas cosas preciosas, sino que en él habitaba el vacío. Estos objetos tienen de alguna manera la función de máscara, donde reside el engaño y la fragilidad de la subsistencia, apariencia que pone en juego la interrogación de un vacio.

         Este tema de la máscara y el vacío se reitera inmediatamente después cuando no sólo lo compara a los silenos, a estas estatuas que tenían en su interior estos ágalmas, sino a los sátiros y esa referencia se desliza de los silenos a los sátiros y de los sátiros directamente a Marsias y de Marsias al flautista,  Sócrates el flautista.
           Este personaje, como decía Lacan, que remarco en el epígrafe del seminario “este Sócrates me está matando” es porque de pronto esto que es rechazado al inicio, la flautista, es lo que ingresa después y luego Sócrates flautista, el encantador.
           Sócrates el flautista, el encantador o como dice Nietzsche “este encantador de ratas”. Es a este punto donde había llegado en años anteriores pero más precisamente el año pasado, las distintas contiendas de Apolo – lo señalé en Estética de la Melancolía en el cuadro de las Meninas. En una de estas contiendas pintadas en la pared posterior del cuadro, se representa a Apolo y Pan o bien Apolo y Marsias.
           En estas contiendas hay una diferencia radical: cuando Apolo compite con su lira con Pan, Midas decide que es Pan quién ha triunfado. Apolo en su enojo le hace crecer orejas de burro, un castigo menor ya que cuando la contienda es con Marsias, que tiene la misma genealogía que Pan, es un sátiro, tiene su condición animal, de macho cabrío, Apolo lo despelleja vivo. El río Marsias surge de ese desangrado por ser despellejado. La mitología nos ofrece una cartografía hecha de raptos, de metamorfosis, de muertes.

           Había llegado a ese punto ¿Qué es lo que se interroga ¿Por qué ese castigo desmesurado sobre Marsias? ¿Qué busca Apolo?

             El ágalma, el objeto, que en este relato manifiestamente es la voz, que aparece a su vez en la parte final del Banquete: los golpes en la puerta,  los gritos, la voz de Alcibíades,  su exaltación y luego la comparación con el sileno, con el sátiro, con Marsias. La seducción que ejerce,  nos dice Alcibíades, no la voz sino las palabras de Sócrates. Un embrujo, una embriaguez, una posesión como aquella que la música provoca.
 Alcibíades despliega su relato, con un impudor que nos recuerda que los modelos más extremos de virilidad pueden a la vez acompañarse de un absoluto desdén del posible riesgo de hacerse tratar como una mujer.

           Si consideramos que Marsias tiene la misma genealogía que Pan y Dionisio, entonces nos podemos remontar a los inicios míticos, a los orígenes, porque ese es el otro punto que a Lacan le llama la atención, cómo Sócrates tan manifiestamente ligado al significante  tanto que se lo sitúa como inicio de la ciencia, sin embargo cuando aborda el amor recurre al mito. Ya sea con Diótima y el nacimiento de Eros o al mito del andrógino que relata Aristófanes.

           Esto nos va llevando a un punto donde  Lacan al inicio del seminario, nos dice que ya no cree en la intersubjetividad, que ya no cree en la dialéctica intersubjetiva, tal como lo había presentado, por ejemplo en Intervenciones sobre la Transferencia, que es el abordaje que Lacan hace de Dora, una dialéctica intersubjetiva ligada a la dialéctica hegeliana. Cuando se dirige a la dialéctica socrática, hay algo que lo sorprende  y es que en su desarrollo la dialéctica misma impone un límite al lenguaje.
        Entonces hay que considerar una sucesión pero en retroceso. Situamos en Platón el nacimiento de un nuevo género literario, pero sin embargo los diálogos hablados  ponen en juego un límite al lenguaje y este límite del leguaje nos lleva al enigma. Un espiral que nos hace remontar hacia el misterio que  ineludiblemente nos lanza a la trama iniciática, la temática de Dionisio y  Apolo.

           Dionisio y Apolo, no afirmo que sea un par antitético como nos lo presenta Nietzsche porque no se trata de una antítesis, pero sí de un diálogo entre estas dos formas, entre estas dos criaturas, que nos conduce a que una ficción, Dionisio, está ligada eminentemente a lo femenino y que la otra, Apolo es solidaria a la medida, al metro que va más allá de lo excesivo, de la desmesura de lo femenino que el universo griego nos presenta con la figura de la arpía. Los griegos confiaron en la soberanía de lo estético como tratamiento de esa desmesura.
Y así retornamos al inicio del comentario de Lacan en el seminario de la Transferencia.

           Me gustaría  que lean para la próxima reunión las Bacantes de Eurípides. Se van a encontrar con la condición errante de este dios extraño, ligado a la locura, al exceso, a la demasía y a la vez en Apolo,  la métrica, la medida,  un rebajamiento, un intento de regulación de la demasía.

           Míticamente, esto se dice de otra forma. Zagreo, una de las figuras de Dionisio, es aquél que es desmembrado por los titanes, quedando su corazón palpitante en la colina de los tiempos. Zeus, su padre apenado por la pérdida  de su hijo da nacimiento a la escultura recubriendo el corazón con yeso. Nuevamente la belleza funeraria del inicio, la máscara sombría en su belleza. No es sino el tratamiento de lo apolíneo respecto de lo dionisíaco, la víscera que conserva su vitalidad en el interior de la escultura.

           Para concluir, ¿hacia dónde apunto? Hacia algo que dije la reunión anterior que si invertimos lo que habitualmente se dice, que estamos hechos a imagen y semejanza de los dioses,  entonces los dioses están hechos a imagen y semejanza nuestra.
           Cuando vamos más allá de la semejanza y situamos el lenguaje, allí tenemos una construcción ficcional, pero a la vez remarcamos los límites del lenguaje, aquello que se nombra misterio, algo cerrado. El cuento de Borges, El espejo y la máscara, nos remite a esa imposibilidad de decir que el puñal tampoco zanja.
           Hay una ecuación que podemos leer en Lacan al respecto y es que Dios en definitiva, no es sino la imposibilidad de escritura de la relación sexual; no lo dice de esa forma, con todas las letras, es una ecuación que se las presento a uds. para que la pongan en consideración. En lo real, Dios nos habla de esa imposibilidad.



                                                                                                           Marzo, 28 de 2012.-

Desgrabación: Ángela Romero



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